Chiara vaga con sus amigas adolescentes. Se sacan selfies, andan en moto, escuchan música… Chiara forma parte de una familia italiana numerosa, que viven en la ciudad costera de Regio de Calabria: sus padres, Claudio y Carmela, y sus dos hermanas. La más grande Giulia, y la pequeña Giorgia. En vísperas del festejo de los 18 de Giulia, todo parece transcurrir de maravilla hasta el momento que esta por finalizar esa fiesta llena de música, juegos y discursos, salvo el del padre al que le cuesta expresar en público sus emociones.

Chiara no puede dormir, algo percibe. Se dirige a la puerta de calle, y una explosión irrumpe la calma. Atentaron contra en automóvil de papá Claudio… Este será el comienzo de un proceso doloroso en el que Chiara no solo deberá afrontar su adolecer, sino también descubrir la verdad sobre ese padre idealizado. Es así que desde la perspectiva de una niña de 15 años, Jonas Carpignano describe el mundo de la mafia sin necesidad de utilizar armas, ni violencia explicita.

Una cámara en mano agitada, matizada de tonos borrosos, persigue los pasos de una Chiara dispuesta a saber por qué se fugó su padre y cómo hace para sobrellevar tal situación cuando se devela que es un narcotraficante. Un retrato que mezcla ficción con un registro documental, ya que analiza con exactitud el entorno social, además de contar con un reparto de actores no profesionales (una familia en la vida real). La música urbana comulga a la perfección con lo que se narra.

Con un personaje femenino muy fuerte (que va un poco en detrimento de los estereotipos de la mafia), la película persigue el proceso interno que Chiara irá experimentando, como por ejemplo las decisiones a futuro que deberá tomar. Si bien estamos ante una historia novedosa y bien actuada, el recurso de la shaky camera (que dota de más naturalidad a la trama) por momentos redunda y agota; lo cual no le resta merito a un guion redondo y equilibrado.

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Por Maria Paula Rios
paula@admitone.fun

 

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