Bella Cherry (Sofia Kappel) es una joven sueca que emigra a los Estados Unidos con un solo propósito: ser una estrella porno. Y está muy decidida en lograr su cometido. Un tanto introvertida, pisando terreno nuevo, huye de una hastiada existencia. Cuando le preguntan por qué eligió esto, simplemente contesta que le gusta tener sexo y puede hacer negocios.
La cámara, sin emitir juicio de valor, acompaña los pasos de Bella (por supuesto que es un nombre artístico). Los inicios en una casa de modelos, con sus compañeras de cuarto y un representante “poco profesional”, hasta lograr convertirse en una chica Spiegler (quien en la vida real es un reconocido representante de artistas porno). Lo cual implica fama asegurada y un estilo de vida donde los hoteles de lujo, la limousine y el champagne son moneda corriente.
La ópera prima de la sueca Ninja Thyberg, realiza un retrato de manera fiel, honesta y explícita, sin por esto caer en lo burdo. A través de la mirada de nuestra protagonista trata de desentrañar los mecanismos de la industria porno; los juegos de roles, donde está enquistado el poder, y sobre todo la atención puesta en la figura femenina, que tal fenómeno de circo es expuesta y objetualizada. Justificado con la aceptación del otro, se despliegan artificios propios de la esclavitud moderna.
Bella está todo el tiempo indagando los límites tanto de su sexualidad, como los impuestos por lo hacedores de la industria. Límites a los cuales, por supuesto, no están sometidos los hombres. La mujer en cuanto más permisiva es con su cuerpo (penetración doble anal, BDSM, etc), más posibilidades tiene su carrera. Este parece ser lema. Bella sabe que para ser una chica Spiegler, por ejemplo, debe ser “profesional” y decir que si a todo lo que se le ordene. Cuando en la última escena sexual ella se coloca un falo artificial y reduce y somete a su compañera, allí es cuando se da cuenta (o experimenta) a la violencia real y simbólica a la que está expuesta.
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Por María Paula Rios
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